jueves, 20 de junio de 2024

PAGINADESPIRITUALIDADde Miguel Ángel MESA. desde Madrid para el Blog.

 «Creemos que lo que está en juego en el principio-misericordia es la misma noción –y posibilidad real– de formar todos una sola familia humana» (Jon Sobrino).

La misericordia también es una de las palabras que han sido más maltratadas desde el lenguaje y la doctrina cristiana durante siglos, empleándose casi exclusivamente como un «apiadarse» de alguien que lo pasa mal y ofrecerle una limosna, una ayuda «caritativa».

En latín, la palabra misericordia se compone de misere (miseria, necesidad, pobre);  y cor, cordis (corazón), es decir, tener un corazón solidario con aquellos que sufren la injusticia y tienen algún tipo de necesidad.

En hebreo el término que se emplea para designar la misericordia es rajamín, que significa sentir cariño, afecto entrañable, conmoverse hasta las entrañas. Es lo que siente Yahvé por sus hijos e hijas que sufren, especialmente por los más olvidados y marginados, las viudas, los huérfanos, los inmigrantes.

Y a Jesús, tan lleno e identificado con los sentimientos de su Dios, también se le conmueven las entrañas al contemplar tanto dolor, sufrimiento, miseria y exclusión entre los hombres y mujeres más despreciados de Israel.

Este sí que es el auténtico significado y la consiguiente puesta en práctica de la misericordia. Hoy también es completamente necesario que contemplemos tanto pesar y desconsuelo, hasta que nos consiga estremecer y nos haga salir de nosotros mismos para solidarizarnos con los más indefensos de nuestro mundo actual.

La persona misericordiosa rompe con cualquier afán competitivo, para llegar a ver en cada persona a un hermano, no a un rival. Nadie puede ser misericordioso ni ofrecer compasión hacia alguien que considera su enemigo. He aquí una de las causas y de las soluciones para desligarnos de esta rivalidad absurda entre seres humanos, para llegar a entendernos, a comunicarnos, a ayudarnos y cuidarnos.

La misericordia, para que sea eficaz, debe ir acompañada de la paz, la solidaridad y la justicia. Es como el bálsamo, la dulzura que cura, fortalece y rehabilita. Y no solo en el en el encuentro entre dos personas, sino también a nivel social. Se necesita mucha ternura, mucha misericordia en nuestra sociedad. Y no pensemos que son remedios «suavones», porque cuando hacemos presente la compasión, la misericordia, la indulgencia en las relaciones sociales, todo cambia…

Para luchar contra la corrupción, la mentira, los odios, la injusticia, el olvido de los más miserables, la virtud también pública a emplear es la misericordia. La verdad la acompaña siempre, para que no se quede en un simple analgésico. El perdón, la comprensión, la alegría, la empatía son virtudes-hermanas de la misericordia. Que ayudarán a cambiar los problemas de una sociedad desde sus raíces.

Una persona misericordiosa vive de otra forma, se relaciona de una manera muy distinta con los demás, con el medio ambiente, con el universo. Será una mujer, un hombre muy humano y, por lo tanto, muy espiritual, porque solo quien siente en su interior las heridas de los demás y de todo lo que le rodea, puede sentir cómo su corazón, su vida se expande, transformando todo a su paso, desde la compasión, la dulzura y la misericordia. 

«Felices quienes mantienen un corazón vivo y atento, lleno de ternura y misericordia».

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